¿Quién limpia los departamentos que se abandonan?

En la cocina hay un hueco alargado y angosto entre el horno y la mesada en donde se junta un arsenal añejo de mugre. Hace dos años, desde que tuvimos que rescindir contrato en el dos ambientes, no se limpia, quizás más, lo que significa que ahí podrían vivir restos de comida de una indescifrable cantidad de personas. Pero yo prefiero creer que algo todavía es genuinamente nuestro, así sea una colonia de microorganismos creciendo en la grasa acumulada de ese hueco. El bajo mesada tampoco lo limpiamos desde la mudanza, porque descansamos en la idea tácita de que siempre va a haber una bolsa con orégano mal cerrada, un frasco de café jugando al equilibrista sobre dos tazas mal enjuagadas o un tarro de sal con la tapa rota, esperando para ser el próximo en ensuciar. También porque limpiarlo implica tomar la decisión de sacar el papel autoadhesivo a lunares, que parece un papiro por lo amarillo que está, y elegir uno nuevo para forrar los estantes, pero las decisiones siempre nos hacen empezar a cenar a la una de la madrugada por no poder elegir entre pechugas al horno o a la plancha.

Miro el hueco sucio mientras escribo. Lo tengo enfrente pero lo tapa la pantalla de la computadora, así que tengo que torcer un poco la cabeza para verlo. Está tan negro que parece ser infinito. Las cosas que no limpiamos a tiempo pueden crecer como una enamorada del muro. Un poco más arriba descansa la olla con los fideos con tuco del mediodía y restos de cebolla y tomate desmenuzada en una tabla. Al lado mío, dos platos con queso pegado en los bordes, un cuchillo con mermelada del desayuno y tres vasos con distintos niveles de jugo de naranja aguado y caliente que se fueron acumulando sobre la mesa de luz del dormitorio y ahora acá. Tu escritorio ahora es la mesa del balcón que antes usábamos para juntar las plantas que nos regalaba Cecilia cuando íbamos a su casa, hasta que se separó de Alan y usó todas sus macetas para reventarle los vidrios del living; el mío es la mesa de la cocina, que también es la mesa donde se acumulan la ropa limpia que nos da fiaca doblar, donde apoyamos las bolsas del súper, donde nuestros amigos nos dejan las marcas de los cigarrillos que apagan mal. Es también el inodoro y la ducha cuando tenés una entrevista laboral y necesitas enfocarte, es el cuarto y la cama con las sábanas estiradas que no quedan en su lugar.

Estoy mirando el hueco hace no sé cuántos minutos mientras tengo la hoja de word en blanco. Pienso que no lo vamos a poder limpiar porque no hay ninguna herramienta de limpieza que tenga las dimensiones exactas para introducirse en ese nido de migas, salsa, quemaduras y cucarachas gordas. Pienso también que nunca llego a limpiar todo y que salvar los espacios mugrosos, a veces, requiere de un ingenio y estómago para enfrentarlos que yo hoy no tengo.

Sigo mirando el hueco, achino los ojos como si eso me permitiera más enfoque. Me levanto y arrastro la silla hasta quedar justo a su lado. Antes de sentarme abro todas las puertas del bajo mesada, también las puertas de la alacena y los cajones del costado. Saco los vasos, los platos, los cubiertos, el paquete de bombillas de plástico para un cumpleaños tuyo que al final no usaste. También los posavasos, los condimentos, las ensaladeras, las latas de conservas y las paneras de mimbre. El colador, los cacharritos quemados, la yerba, el azúcar.

Vuelvo a la silla y me cruzo de piernas. Apoyo un brazo sobre ellas y sostengo todo el peso de mi cara ahí. Miro el hueco y ahora puedo apreciar mejor las costras de color caramelo incrustadas en el azulejo blanco. Veo tu sombra pasar por atrás, directo a la heladera, mientras me preguntas qué estoy haciendo con todas las cosas afuera.

— Tendríamos que cambiar el papel del bajo mesada y pasarle un trapo, ¿no? — te invito, más que consultarte.

— Dale, mañana gorda — me decís, y me agarras de los hombros para darme un beso en el cuero cabelludo. Después desapareces detrás de mí otra vez, encarás al baño y te escucho mandarle un audio a tu hermano mientras meas sin cerrar la puerta.

"Mañana" no puede significar toda la vida.

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"Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida". César Aira.