La tabacalera

*Spinn-off de El Uruguayo, de Copi*

Mister Poppy jugaba al pato con una manzana volando entre las cuatro paredes de su oficina. Antes de viajar a Montevideo, mandó a construir una huerta orgánica en el jardín de la iglesia para plantar manzanos y traficar tabaco adentro de ellas. Las que caían en mal estado las acumulaba como trofeos en una biblioteca junto a los inciensos. A tres de ellas les había puesto nombre y no las tocaba: Adán, Eva y Juan Pablo II.

El pato volador era un deporte que todavía no controlaba bien, ya había partido un cáliz en dos y quebrado las cruces decorativas de un sagrario que había robado de una parroquia de Once. Implementó varias técnicas de vuelo corto pero la que mejor le funcionaba últimamente era la de estirar bien sus brazos a los costados de su cuerpo, apuntar sus manos una a la izquierda, otra a la derecha y asomar un tercio de su lengua doblada en u; entonces, de a poco, empezaba a emitir una especie de zumbido zuzuzuzu hasta empezar a flotar. Después hacía picar la fruta en el altar pero como atrapar no se le daba bien, casi toda la habitación tenía un decorado salpicré de papilla, hebras negras y cáscaras podridas. 

Presidente entró tras darle una patada chagui a la puerta y dar una vuelta de carnero, justo en que una de las frutas marcó el único gol que el otro haría en todo el día. Poppy ya sabía a qué venía así que se quedó flotando, haciendo la plancha sobre su cabeza.

— ¿Por cuántos atados entonces? — Poppy le tiró una manzana blanda y bien ocre mientras hablaba, Presidente la paró de pecho y le dejó un hueco con la forma de un cuarto de pectoral. 

— Me dijo que dos atados del Parisienne que coseches cada quince días, hasta que él te avise cuando ya no más.

— ¡¿Parisienne?! Pero que le pasa al orejón pelotudo este, son casi diez lucas al año eso — Poppy apoyó sus dedos índices sobre sus sienes y puso sus ojos en blanco con tanta fuerza que logró darlos vuelta por completo —. Ahora usted también Mizzzter President — a Poppy no le gustaba tutearlo pero le parecía gracioso estirar el ceceo cuando lo nombraba — ¿Cómo se va a dejar cagar así por un bicho al que le mete un escobazo para acomodarle la napia y le salta porque piensa que estás jugando? — Presidente no lo miraba, había encontrado un resto arenoso sobre su pecho y empezó a lamerlo. 

— Bueno Poppy ya sé, pero vos viste la carita que tiene, no pude — un grumo se le escapó de la lengua e intentó agarrarlo en el aire.

— Si, si, tiene razón, ya sé, ya sé jijiji — Poppy se reía — ¿Vio que por la piña que le metieron quedó medio tuerto entonces pestañea como en zigzag? Primero un ojo uuuop, y después el otro uuuop jijiji … y vuelve — mientras hablaba intentó hacer de nuevo el truco de los ojos pero esta vez le salió solo con uno, el otro estuvo por quedarle a medio camino y le dio un escalofríos que le hizo sacudir la cabeza —. Ahhh que perro de mierda, qué cosa che.

Por el pasillo pasó un viejo de galera y bigotes tan largos que le tocaban el mentón, llevaba una valija que estaba por desfondarse, parecía que iba a instalarse varios días. Caminaba seguido de dos veinteañeras en bikini saltando de la mano, tenían los poros de sus brazos bien erguidos por el frío. Frenaron en la puerta de la oficina y le hicieron una reverencia a Poppy antes de seguir. 

— Bueno vaya a terminar lo suyo va, va — Poppy tomó a Presidente por los hombros y lo dio vuelta mientras lo masajeaba en círculos —, y córtese un poco más la sotanita, hágale como una ventana entre nalga y nalga — le susurró y le pellizcó en un costado. Presidente tensó la mandíbula y no lo miró. 

Mister Poppy se dio vuelta, sacó una hostia chiquita de un alhajero y se la pasó entre los dientes para sacar el sarro. La miró, la olió y la pegó en la ventana. Hizo volar su sotana hacia atrás, cual capa de superhéroe, y se sentó. Después, lo videollamó.

— ¿Qué haces, Lambetta? — el perro estaba sentado en un sillón de pana rojo con ambas patas sobre los apoya-brazos. Tenía las tetillas arrugadas y caídas, como marchitadas, iguales a una pasa de uva. Los párpados estirados le dejaban al descubierto la piel interna de los ojos y en una de sus comisuras colgaba el mismo cigarrillo de hace dos días que Poppy reconoció por los arañazos. El humo salía de los orificios de su nariz como dos fideos bucatini —, oíme, yo accedí a darte una mano con el negocio del puchito pero te pedí que me traigas a las minas y ya pasó un mes y ese pozo que estás haciendo tiene el mismo tamaño que el agujero de tu culo — Lambetta gruñó y el cigarrillo salió volando, las cenizas cayeron sobre el almohadón y las chupó —. Además lo que me pediste, ¿dos atados cada quince días? Es una barbaridad, si no fumas una mierda — el perro se acercó a la cámara y la olió hasta empañarla. Después se hizo unos pasos hacia atrás, levantó el culo, erizó un poco el lomo y le ladró mostrando los colmillos amarillentos — ¿Ah sí? Vos también andate bien a la mierda, y dios te bendiga — Mister Poppy colgó dejando el tercer grito del animal por la mitad.

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"Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida". César Aira.