Morirse cuesta una bocha de guita. Parte 2: Funeral


Nunca te abandonaré

Nunca te voy a decepcionar

Nunca voy a echar a correr y huir de ti

Nunca te haré llorar

Nunca te diré adiós

Nunca voy a decir una mentira y herirte

Never gonna give you up, Rick Astley


    A pesar de ser mediados de febrero, parecía que el verano recién hubiera empezado. Era como si el sol los metiera de cabeza en una pileta de agua tibia con pequeñas olas frescas. En los bancos de cemento habían quedado estampadas las figuras de tres nalgas sudorosas que ahora descansaban sobre el pasto de la plaza minado de mosquitos. Cada uno estaba recostado sobre las piernas del otro, formando un triángulo humano. El brillo que se filtraba desde las copas de los árboles los encandilaba y alrededor lo único que se escuchaba era la voz de un Rick Astley encapsulado en una radio de un kiosco cerrado, entonando las primeras frases de Never Gonna Give You Up. 

— Che, no hay nadie acá, ¿por qué no vamos a otro lado? — Ema giró sobre sí misma sin levantarse y la remera le quedó de corpiño, dejando al descubierto los tres lunares sobre la zona baja de su espalda.

— No quiero volver a mi casa, es un quilombo ahí — Pirri contestó entre dientes, como si estuviera dormido y como si la separación de sus padres le diera lo mismo. 

— Y vamos a tu garaje, Ju— insiste Ema. Los pastos estampados en la panza le hicieron picar en el ombligo. 

—No boluda, ni loco, nos asfixiamos ahí adentro. Mi hermano se llevó el ventilador a su pieza — Julián la fulminó con una mirada que le sobresalió por encima de los anteojos y al costado de su pierna le hizo una seña con dos deditos en forma de “V”: cortala. 

    Pirri les había contado sobre el divorcio en la fiesta anual del club del barrio, el fin de semana anterior, aunque no hubiera sido necesario: la situación fue más que evidente cuando su mamá llegó abrazada de los Crespo y arrastró una silla desde una punta del salón hacia la mesa de ellos, dejando tirada a su paso la funda cremita que la cubría, mientras que su papá daba vueltas por la vieja cancha de básquet, terminando el segundo atado de puchos después de diez años libre de nicotina. Su amigo les dijo que hacía varios días compartía habitación con él, que había tenido que sacar el placard al pasillo para poder acomodar una colchoneta que encontraron en el depósito del gimnasio y que trataban de mantener las formalidades solo para que la filial no se venga a pique.

    Esa noche Pirri no bailó. Se quedó sentado mirando cómo un par de gotas de vino se resbalaban de la base de una copa y se comían los poros del mantel, mientras que de fondo las manos exasperadas de sus padres discutiendo se asomaban por la ventana de servicio de la cocina, la misma por la cual se pasaron toda una mañana recorriendo el mercado de Tigre buscando una cortina que nunca llegaron a ponerle.

— ¡Fa! Qué garrón ¿no? — Ema acomodó el peso de su cuerpo sobre los codos y dirigió la mirada a un contingente que, en la vereda de enfrente, bajó en simultáneo de varios autos, todos de camisas blancas bien planchadas y pantalones amordazados con cinturones de cuero negro. 

— ¿Qué cosa? — preguntó Julián, que no estaba viendo lo que pasaba y, sin esperar la respuesta, estiró primero su cuello para terminar dándose vuelta por completo porque apenas había alcanzado a distinguir un par de zapatos lustrados dirigiéndose despacio hacia la puerta del velatorio. 

— Morirse un domingo.

    Julián se acomodó los anteojos sobre su cabeza en el mismo momento en que el golpe hueco de unas manos cayó sobre dos espaldas que se encontraron en un abrazo. A unos centímetros, una chica se había recostado de brazos cruzados sobre la pared mientras apretaba un bollo de servilleta húmeda que cada tanto se refregaba por su nariz ya paspada; en uno de sus codos cargaba una carterita de la que colgaban unas rosas a medio marchitar. 

— Mal, con este calor encima. Capaz estás en la pileta re tranqui y viene tu vieja a decirte — Julián se mordió la carne interna de las mejillas y afinó la voz — “la quedó el amigo de papá, vestite que nos vamos al funeral” — el alarido que soltó su amiga previo a la carcajada, que terminó escondiendo entre sus manos transpiradas, lo hizo reír también mientras un hilo de baba tibia se pegoteaba en su labio inferior. 

— A ver, ¿vos qué elegirías Juli? — A Ema le costaba hablar sin escupir una risa — ¿El día de tu muerte o cómo morir? 

— El día, obvio — bajó sus anteojos, que al pasar engancharon un par de pelos en las patillas, los limpió con su remera y se los puso de nuevo — si total de algo que duela me voy a morir igual.

— Yo elegiría la manera de morir — la voz de Pirri llegó como un susurro vergonzoso. Seguía tirado en el pasto con los ojos cerrados y una línea recta de sol que cruzaba a lo largo de su frente pálida y se la dividía en dos a fuego lento — no me gustaría que me vean mis viejos, ya bastante tienen con esto.

    Se hizo silencio. Ema carraspeó incómoda y miró de reojo a Julián, que había quedado petrificado con los nudillos sosteniendo su mentón, contemplando cómo la chica de las rosas repetía el mismo gesto una y otra vez a cada una de las personas que se le acercaba, como en un loop dolorosamente inagotable: cabeceo ligero y fruncir los labios en reemplazo de un “qué se le va a hacer”. 

— ¿Qué onda con el club? — Julián giró la cabeza hacia él como si lo estuvieran apuntando con un arma — ¿Se pusieron de acuerdo?

— No — Pirri se incorporó con movimientos robóticos y se acercó arrastrándose hasta quedar en el medio de sus dos amigos —. Mi vieja no quiere saber nada con cualquier cosa que tenga el nombre de mi viejo al lado y él no piensa hacerse cargo del club sin ayuda pero tampoco me deja que le de una mano, así que… — Por la esquina de la funeraria se asomó la trompa de un convertible blanco que avanzó a paso de procesión hasta estacionar en la puerta del velatorio. De no haber sido por las coronas que colgaban en los laterales, con hojas salpicadas de agua podrida por alguna zanja, podría haber pasado como nave espacial — Miren el autito, ¿cuánto habrá salido eso para el cajón? A ver, busca en internet — y con un codazo suave, alentó a su amiga.

— Que morboso sos, Pirri — Ema le clavó con cuidado la punta de su zapatilla en un muslo y él falseó una sonrisa de costado pero no le contestó. Tecleó la pregunta en el buscador y con unos movimientos cortos de su pulgar, navegó por una, dos, tres páginas hasta que el número final apareció en su pantalla, escrito con color azul pastel y en manuscrito. Los ojos se le salieron de órbita — ¡¿QUÉ?! — el grito llegó hasta el conductor del convertible, que ahora descansaba sentado en el capot mientras saboreaba pedazos de uñas que acababa de arrancarse y las escupía sobre la punta de su zapatilla — No, no puede ser.

— ¿Cuánto sale? — las voces de los varones salieron al unísono y se confundieron.

— El servicio completo con cajón, traslado y no sé qué más  — Ema no movió los ojos del precio, que brillaba junto a un cartel con la frase Reserve ahora y obtenga un 15% de descuento, y tomó aire, que pasó raspando por su garganta seca — Cuarenta y siete mil quinientos veinte pesos...y te ofrecen convertite en un arbolito con tus cenizas. 

    Las bocas de Pirri y Julián se abrieron como si el viento caliente se las derritiera igual de lento que un helado olvidado al sol. 

— ¿Y cremarte? — las pupilas de Julián trataban de seguir los dedos flacos de su amiga volando sobre la pantalla, que antes de que terminara de hablar ya había tipeado la pregunta. 

— Según ésta página… está entre los cinco mil y veinte mil pesos.

— ¿Osea que yo estoy como un boludo ahorrando la mitad del sueldo del laburo para pagarme la fiesta en el cajón dentro de ochenta años? 

— ¡Bah…! a mi dejenme en el patio de mi casa — Pirri se acostó de nuevo, ahora con los torsos de sus amigos conteniéndolo del sol, y vio las cejas de Julián levantarse como en un golpecito rápido, con ese tic de incredulidad que nunca se había podido quitar, el mismo que hacía cada vez que él le decía que habían perdido el partido porque la cancha del club estaba mojada y se patinaban mucho al correr —. En serio les digo, yo quiero que me entierren ahí — su amiga se mordió los labios y se acomodó un mechón de pelo sobre la oreja para que Pirri viera bien el gesto — Prometanme… Julián, mirame, prometanme que si alguna vez me muero y ustedes siguen siendo mis amigos, me van a enterrar en el patio de mi casa con la casaca de Belgrano.

— Pirri, no jodas — Ema se sentó dándole la espalda y puso su atención en la transpiración de su panza, que había desteñido algunos pastos sobre su remera e intentó limpiarla con fuerza — ¿Cómo te vamos a prometer algo así? Ni aunque hagamos lo imposible podríamos enterrarte ahí, tenés un patio de dos centímetros. 

    Los tres volvieron a acomodarse uno sobre las piernas del otro. Como si se hubieran puesto de acuerdo, la radio del kiosco dejó de sonar justo cuando el pitido molesto de un acople anunció el canto de entrada a la misa del funeral. La plaza estaba tan vacía que era fácil ver cómo a un par de metros los árboles se deformaban con las ondas de calor, y desde el velatorio se escapaban algunos sollozos por entre las rejas de una ventana, que llegaban desvanecidos a los oídos del grupo. 

— Si hacen hasta lo imposible y no pudieron hacerlo, entonces tanto no intentaron — Pirri cruzó ambos brazos sobre su cara e intentó volver a dormitar.



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"Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida". César Aira.