El deseo de juventud

Enseguida cerré la puerta de la habitación y encendí el calefactor mientras ella se deslizaba agilmente hacia el baño en puntas de pie con el camisón empapado pegado al cuerpo que dejaba marcados en la alfombra los círculos casi perfectos de las gotas que caían de él. 
El ritual de una noche de tormenta se repetía. ¿Cuántas veces le había pedido ya que no saliera desabrigada a buscar al perro? Que se iba a enfermar, pero ¡ay, su espíritu joven! Tan frágil que así como si nada me nacía cuidarlo. Por eso la quiero, supongo.
Entonces, después de ponerme mi vieja camisola, aquella con la manga derecha casi desintegrada por las polillas que habitan en el ropero, dejé las pantuflas al costado de la cama y me senté con desgano por haber encontrado nuevas arrugas asomando en mi cuerpo. Me miré las manos y de golpe la lluvia se volvió más fuerte. Más triste. Y después de unos largos minutos, ahí estaba ella de nuevos como todas las noches, pero sobre todo como todas las noches de tormenta dueñas de esa dosis de sentimentalismo que me recuerda que todavía estoy viva, por suerte, saliendo del baño en ropa interior, mostrando sin problemas su aterciopelada piel adolescente, ¡quién pudiera volver a hacer eso! Por eso la quiero, repito. Por eso la deseo, supongo.
Se paró frente a la cama, todavía semi desnuda, y desdobló con delicadeza mi camisón nuevo que hoy usaría para reemplazar el mojado. Las mangas tapan sus manitos y se mira las rodillas ahora escondidas tras el encaje blanco. Me devuelve a mi niñez, a la que fui antes y como ahora empiezo a sentir que mis arrugas se desvanecen afirmo, sin duda alguna, que por eso la quiero, la deseo. Me atrae.
— Me queda largo — me dice, un tanto irónica, y yo le sonrío cómplice, como todas las noches de tormenta.
Me levanto, apago el calefactor y agarro la manta floreada, a la que nunca pude sacarle el olor a naftalina, y juntas acomodamos los bordes de la cama. Y aunque todo está igual: la lámpara de la mesa de luz que no anda, el mueble antiguo de la ropa descascarándose en silencio, el grifo del baño que gotea, su cara muestra na pequeña incomodidad pero estoy segura de que es por las visitas. Le asusta por demás el qué dirán. A mi no, ya estoy vieja para todo lo que circule en esta vida. Igual, su miedo no me escandaliza, me atrae porque yo también me sentí así cuando joven, ¡quién pudiera volver a eso!
Aunque, y en esto no puedo decir más que la verdad, cuando estamos juntas en nuestra cama, tal como ahora, y se acerca suavecito después de mi ademán para abrazarnos y apagar juntas la última luz para dormir, tal como ahora, me hace entender que quizás esté vieja para muchas cosas, menos para el amor. Y también que en esta cama no hay nada inmoral porque todavía somos jóvenes, por eso la quiero.

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"Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida". César Aira.