Los calzones limpios del primer cajón


Lo primero que hay que hacer en estos casos, me dice el Chino, es empezar a bajarle el perfil a la situación. Si igual no es tan grave quemar un 202 en pleno 7 y 48. Al final está lleno de micros y los dueños son pura gente de plata, ni un poquito de daño les hace. Además, a mí nadie me va a encontrar. Había miles de compañeros metidos en la protesta y en ese momento andábamos todos con capucha. Lo único que me preocupa es que me haya enganchado alguna cámara del sector, pero no creo porque la operación“qúúèèmáár bóóndì tèrríííblè píííóláá” decía que donde nos paramos era un punto estratégico.
El Chino se rasca un chivo con la mano izquierda y con la otra sostiene un sanguche de paleta y mortadela que ya tiene dos mordiscos casi tan grandes como las aureolas amarillentas de su remera. “Hace do’ semana’ no lavo nada” me dice y pone los brazos en jarra. Yo mientras veo como la mayonesa de su sanguche se chorrea por un costado y la quiero atajar pero ahhh… no llegué y se le cayó en el short, ­ pero el Chino pasa su dedo índice cual cuchillo para untar sobre el escudo de Racing y se lo manda a la boca como un chupete.
El Chino no es chino, le decimos así porque tiene uno de los 20 nombres más feos del mundo. De verdad, la lista está en internet y el suyo la encabeza: Anastacio. Tiene también tres gatos y un hámster al que bautizó Terminator porque logró sobrevivir a repetidos ataques de los felinos. Él dice que va a las protestas para que por fin le paguen lo que le deben y alimentar a sus bichos que siempre están por pasar al otro lado, pero para mí es porque le gusta el quilombo y volver caminando por el diagonal cantando una de los Redondos que nunca me acuerdo el nombre mientras agita la remera que se acaba de sacar y los pelos de la panza le empiezan a brillar de transpiración.
“No te preocupe’” me dice ahora con las comisuras llenas de migas, “no van a encontrar nada”. Y en eso me acuerdo que hablando de encontrar yo no sé dónde había metido las llaves de mi casa. Me toqué por instinto los bolsillos… ¿pero qué bolsillos si me vine con los cortos para el fulbito de las 8? ¡El buso! Seguro las metí ahí. ¿Quién me manda a venir con eso con este sol a la tarde? Esto me pasa por vivir con mi vieja. “Llevate un abriguito gordito, se va a poner fresquito” y ahí está, Norma, el gordito boludito de tu hijito perdió las llavecitas y el abriguito en el medio del quilombito.
-¿No tenés mi buso vos, no?- le pregunté al Chino que se pasaba la uña del dedo gordo entre los dientes.
-¿Tu qué?
-Mi buso, tenía unas llaves adentro.
-Ah no, que se yo, yo no ando cuidando las cosas de todos.
-Uh, pero mirá si quedó allá Chino.
-Y bue, ¿por qué no traes mochila vos también?
-¿Vamos a fijarnos?
-¿Tas loco vos? ¿Qué querés? No me voy a andar regalando por ahí.
-…
-Jodéte, ahora bancate los chachas en la cola de la Norma- y coronó la conversación con una carcajada seca que le salió desde lo más profundo del cuerpo.
Lo que el Chino que no es chino no sabía era que a mí me preocupaba no tener esa llave porque el llavero tenía una placa redonda de madera del tamaño de un plato para una taza de té con una foto mía y de mi novia y debajo una inscripción con porcelana que decía “recuerdo de Mar del Tuyú”. Una foto mía, de mi cara. Si la poli la encontraba era lo mismo que envolverme en papel celofán y ponerme una tarjeta que diga en imprenta minúscula a quién corresponda, atentamente yo. Pero no podía volver tampoco, ya me lo había advertido.
Entonces me paré y le mentí al Chino, le dije que me iba porque el sanguchito me había caído pesado. Me preguntó si me veía más tarde y también le mentí, le respondí que sí. Volví a mi casa y golpeé las manos. Me abrió mi vieja con sus llaves y un repasador agujereado y sucio. Le dije que lo tire, que era un asco y me dijo que no, que ella es una vieja junta hongos y que dónde estaban mis llaves. Tercera mentira del día: le dije que me las había olvidado en el bolso de un compañero que inventé en el momento. Me respondió que bue, que entre, dale, dale que se le quema el pollo. Cada vez que voy a las marchas mi mamá se preocupa y me habría avergonzado que se entere por los medios de lo que hice.
Y entré, y me bañé y antes dije que no iba a comer porque no tenía hambre y estaba cansado. Con la toalla todavía en la cintura acomodé un jean, una remera y las medias verde militar de algodón que usaba para eventos especiales en la punta de la cama.
Por último abrí el primer cajón, donde mi mamá guarda mis calzoncillos más blancos y más nuevos. Me puse uno que todavía expedía olor a jabón en polvo. Ella siempre me dijo que ante cualquier urgencia mejor que me encuentren con los calzones pipí cucú. Y me acosté.
Le pegué derecho hasta las 7 de la mañana del otro día cuando llamaron a la puerta. Era la policía.

Lo único que espero es haber salido presentable en esa foto de Mar del Tuyú.

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"Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida". César Aira.