El único lugar en el que sentía que existía
estaba en algún hueco entre tu boca y mis sábanas.
Había días en que quería dejar mi celular en casa,
caminar hasta que mi cabeza se aclarara
y que las luces del barrio sean nada más
que pequeñas partículas
iguales a las pecas de tu espalda.
Tengo el recuerdo de tus labios en mis muslos,
y el deseo todavía latente de un orgasmo en madrugada.
Como si la desesperación en tu voz
fuera suficiente para hacerme creer
que el poco espacio y la confusión entre nosotros
eran solo temporales
y que el tiempo algún día, a su manera,
nos traería de nuevo con nosotros.
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