85 watts de desconsuelo ilustrado



Norma, ¿vos nunca estuviste triste porque si? le pregunté a mi psicóloga mientras me miraba los nudillos violetas del frío.
La sesión empezó de esa manera. Normalmente yo me sentaba en silencio, miraba su biblioteca o su reloj de arena mientras esperaba que me hable y me diga su típica frase de apertura "Bueno, ¿cómo estás?" a lo que yo respondía con un "bien, que se yo" y la charla seguía por el lado que más le gustara a ella. Pero esta vez, Norma no había  terminado de abrir su cuaderno rojo que usaba para anotar cosas que nunca me quiso contar cuando yo le hablé tiritando el resto de frío que me había quedado enganchado en el cuerpo por haber esperado unos minutos en la calle en pleno julio.
¿Estás triste por algo?- me repreguntó.
Típico de vieja, pensé. Y de psicólogo. Típico de una vieja psicóloga, reformulé.
No me hagas ese truco, retruco, Norma. Te pregunté primero, ¿nunca estuviste triste porque si? insistí.
No puedo contestarte esas cosas se defendió.
Anotaba rápido, no me miraba. Simulaba ser indiferente.
Pero así, en confianza, no le cuento a nadie. Yo nada más quiero que me respondas eso- no podía creer que le estuviera rogando a mi psicóloga.
Cerró el cuaderno, se cruzó de piernas, se quitó los anteojos y me habló seria pero sin elevar el tono de voz. La había molestado.
En confianza tengo a mi psicóloga para hablarle de esos temas, ahora estamos nosotras acá reunidas para que vos me charles de los tuyos. Si no te parece, te invito a que terminemos la sesión acá y nos vemos la próxima me señaló la puerta.
Silencio. No dejó de señalar la puerta. Mis nudillos ya tenían color normal.
Hoy se me quemó una lamparita del baño le dije entonces.
Bajó la mano lento. Abrió el cuaderno y se puso otra vez los anteojos. Ahora me miraba.
¿La cambiaste? me preguntó.
No— contesté seca, diría que hasta orgullosa de eso.
¿Por qué? 
"Porque es una lámpara de mierda, Norma" pensé y después temí que pueda leer mis pensamientos. Cuando era chiquita creía que los psicólogos hacían eso, igual que los magos. Pero sin embargo, le respondí otra cosa que juro sentí que no salió de mí. Como si mi alter ego se hubiese revelado para empezar a vomitar todo lo que me pasaba.
Porque estoy esperando que alguien más lo haga por mí.
Asintió sin mover un músculo de la cara. Odiaba que haga eso. Miré mis nudillos por tercera vez.
Igual que con tu tristeza, ¿no? me preguntó.
Auch. Norma, despacio, suave. Las verdades me dejan moretones. 
No sé que me querés decir le volví a tirar la piedra, pero por supuesto que sabía de lo que me hablaba.
Claro. Venís acá, te sentas y con la excusa de preguntarme si alguna vez yo me sentí igual que vos, pretendes que me haga cargo de tu tristeza para no tener que lidiar con ella. 
Auch, Norma, otra vez.
¿Y vos no estás para ayudarme? ya me había ofendido. Casi que pensé en irme sin pagar esa sesión.
Vos lo dijiste. Yo te ayudo, te doy herramientas para que lo resuelvas, no me lo apropio porque no me pertenece.
Silencio de nuevo. Si me concentraba un poco podía escuchar las agujas del reloj de su muñeca.
¿Y qué hago? pregunté tratando de que la desesperación se quede en mi garganta.
¿Qué te parece que podrías hacer?
Basta de las repreguntas, Norma. Tu terapia es una bosta violenta que me revienta la cabeza en mil pedazos. 
No sé, asumir y decir por qué estoy triste para poder solucionarlo.
Buena idea.  
Norma casi nunca me decía que mis ideas estaban mal, a veces las modificabamos juntas y ya.
Me fui de esa sesión sin saber si ella alguna vez estuvo triste porque sí. 
Si, le pagué. Y con lo que me sobró compré una nueva lamparita para el baño y la cambié cuando llegué a casa. 

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"Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida". César Aira.